LA POLÍTICA DE LA HOGUERA: JUICIO MORAL CONTRA EL MARICÓN


Recorre las calles de la heroica un sofocante olor a intolerancia y discriminación que prende las alarmas de líderes sociales que defienden derechos de personas sexualmente diversas en la ciudad. La política llegó a los púlpitos, como ha sucedido siempre en la historia, y desde allí está ayudando a crear a un sujeto depositario del nuevo mayor de lo pecados: La ideología de género.

Ya no será más un secreto, que para políticos conservadores y líderes religiosos; los gays, lesbianas y trans, somos sus nuevos objetivos y con la conciencia de ello, se inicia un periodo en la historia mundial que ya nos ha dejado ver su cara en la ciudad de Cartagena; una ciudad que no termina de superar las brechas sociales y políticas que dejó la esclavitud y el racismo, y que ahora le toca mirar con impotencia cómo desde los púlpitos se caldean odios y condenan a maricas y lesbianas, que, para agravar el asunto, resultan también ser negrxs y pobres... a la vez.

Nos dimos cuenta de la dimensión del asunto para la época del plebiscito; el quiste ya tomaba forma de tumor, y lo que toda la vida tuvimos como sospecha, se materializó ante nuestros ojos con forma de pastor de iglesia y un discurso claramente HOMOFÓBICO que contrasta con los importantes adelantos en materia de DDHH de los maricas a los que se refiere en el famoso video viral; una clara demostración de que en Cartagena, la turística y doblemoral, todavía consumimos púlpito, y que lo que dicen los líderes religiosos, como cualquier acto político, mueve masas y crea tendencias –a veces violentas- que agudizan los síntomas sociales del debate.

Es bien sabido que los idearios de los religiosos y de la derecha política suelen ser simplistas y tópicas; y a pesar de las posibles distancias éticas, a los defensores del conservadurismo y los valores tradicionales siempre les resulta fácil encontrar los puntos de coincidencia y afinidad; de allí que no nos resulte extraño ver, con fondo del programa Rupaul Drag Race, compartir fraternalmente escenario a un importante político ultra católico conservador como el ex procurador Ordoñez y el líder local político/evangélico Miguel Arrázola, ambos sosteniendo el megáfono de la intolerancia homofóbica y la irresponsabilidad política en nombre de Dios. 


Para entender al menos superficialmente este fenómeno cabe señalar que durante las épocas de recesión económica, este tipo de discurso se intensifica; motivado quizá por la falta de trabajo que acelera la inseguridad y la pobreza, las cuales hacen necesarias las ayudas sociales, que, por algún motivo, terminan en manos de los mismos políticos que las reparten “solidariamente” a las clases menos favorecidas, en espera de réditos electorales que les permitan permanecer en el poder. Estas “nuevas necesidades” obligan a redireccionar recursos que de otra forma se destinarían, por ejemplo, para la creación de empleo; y así romper el círculo vicioso.

Aunque a simple vista no parece claro la relación Religión-pobreza-homofobia, basta con acercarse a los barrios populares de la ciudad y contar el número de iglesias y el tipo de discurso que predomina en su agenda diaria. Los asuntos de Dios cada día toman más forma de órdenes políticas, los feligreses obedecen convocatorias a marchas que no entienden y la satanización del homosexual-sodomita-marica continúa tan latente como a principios del siglo XX.

Los religiosos y políticos conservadores encontraron la brecha por dónde re-posicionar en Cartagena la intolerancia homofóbica sin que nos diéramos cuenta; diseñando un enemigo común que también fuera odiado por el inconsciente colectivo. Un enemigo que de repente, y acudiendo a las vías democráticas empezó a reclamar derechos que Dios no aprueba; y de allí a la violencia, solo resta un pulpitazo en nombre de las sanas costumbres y del retorno a la sagrada familia heterosexual.

Mientras todo eso ocurre, surge la inquietud sobre el papel que grupos, activistas y ciudadanía consciente de este hecho debería adoptar para hacerle frente a lo que se anticipa como una nueva arremetida violenta sobre este grupo históricamente discriminado. Las vías de derecho parecen agotadas, la fragilidad social de las trans se encuentra cada vez más comprometida a cuentas de que son las más visibles y socialmente sancionadas. Las relaciones institucionales con la policía deterioradas, siendo ellos los encargados de velar por la garantía de derechos para la ciudadanía, y en especial, como lo indica el nuevo código de policía, con la población LGBT.

 A los colectivos, organizaciones y activistas independientes conscientes de este fenómeno sólo nos resta, en primera instancia, orarle a Dios para que sus hijos no nos maten a golpes al salir de la discoteca; y en segunda instancia DENUNCIANDO y haciendo visible los hechos victimizantes; saliendo a las calles a movilizarnos en nuestras fechas y en las fechas de nuestros aliados, empoderando a nuestros jóvenes para que conozcan la contraparte de la política del odio que predomina actualmente en las congregaciones religiosas y sectores políticos; en otras palabras, enseñándoles a amarse lxs unxs a lxs otrxs… La política del amor  




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