EPÍSTOLA DE LA DUDA

Por: Christian Howard

Ek is nie 'n slaaf nie 

(Yo no soy esclava)


13 de septiembre de 1685


Carpe Diem


Compañero amado, ésta es la segunda carta que te escribo desde que iniciamos hace 5 meses este largo viaje. Esta vez lo hago desde una choza improvisada que armamos en un puerto en el que atracamos hace unas semanas en esto que llaman La Española. Te proporcionaría mayor detalle, pero creo que ni siquiera el capitán tiene muy claro nuestra posición en el mapa. Presumo que estamos aquí contrabandeando a los esclavos que trajimos con tanta dificultad desde España.


Honestamente el calor es descomunal y no me permite apreciar con detalle la belleza natural del entorno. Llevar tan poco tiempo y sentirme tan obstinado es lo que enciende mi preocupación y lo que me lleva a intentar desahogarme en esta epístola que solo sabrá Dios si llegará a tus manos algún día.


De perecer en esta viaje, deberé decirte antes apreciado, que atravieso una profunda crisis existencial que desde hace días pone una duda interior en mi persona y mi objetivo al llegar a estás tierra llenas de gente tan diferente a uno. Vine con un propósito pero mi alma se encuentra comprometida; sumida en cavilaciones éticas que obviamente mis compañeros, que si acaso conocen el alfabeto, apenas notan. Creo que no contemplan el panorama desde éste incómodo lugar en el que está parada mi brújula ética. Cierro los ojos y no hay promesas cumplidas aquí dentro de mi cabeza.


Ya el cura antes de partir nos había advertido de la situación; supongo que sospechaba que personas como yo padeceríamos de semejantes males. El capitán, por su parte, nos dejó claro que no había vuelta atrás y que lo importante era vender el mayor número de negros que pudiéramos. Verlos revolcarse como animales para luego levantarse y mirarlo a uno con esos rostros de agonía barnizada con orgullo me hacía retroceder de pánico, y comprenderás que el pánico en estos ambientes hostiles es un lujo que no nos podemos permitir.


Ésta mañana me levantaron los gritos de una negra que parecía lanzar sus entrañas a través de injurias mientras advertía que ella no era esclava;  balbuceaba con la boca rebosante de una saliva viscosa y transparente palabras de una lengua africana mezclada con algo de portugués y otras lenguas que se podían intuir con alguna facilidad. Cerraba los ojos y parecía entrar en un trance que ponía los pelos de punta de todos los que nos atrevimos a mirarla directo a la cara; incluso los marinos, siempre tiesos y malhumorados parecían perderse absortos en su rostro. La negra, en efecto no parecía esclava, traía adherida a ella un halo de vanidad que no se podía esconder ni siquiera detrás de los pocos harapos que cubrían su desnudez.


Cuando me aproximé a ver qué sucedía, noté un perfil de este negocio que no nos advirtió ninguno en Europa. La mujer estaba parada sobre unos de los baúles y debajo, observando con ira descomunal, uno de los marinos, armado con una lanza de punta metálica, con la que respondería la orden de asesinar a cualquiera que mostrara ápice de insurrección, formaron una escena que dificilmente sacaré de mi memoria. El hombre solo pronunciaba en un sonido gutural que licuaba su pánico: puta, solo eres una puta esclava a la que voy a meterle la verga en cuanto te baje de ahí.


La negra terminó de decir sus maldiciones y lo miró detenidamente a los ojos; desafiante como loba recién parida a la que amenazan de muerte a sus cachorros. En algún momento de sus cavilaciones ininteligibles empezó a aplaudir en un ritmo que parecia sincronizarse con los latidos de mi corazón, mientras hacía un zumbido extraño con su boca: zzzziiiimmmmmmmbe – azzzziimmmmmmmmbe y luego My geeste sal nie in jou hande sterf nie (mi espíritu no perecerá bajo tu mano). Continuó mirando incisivamente a su captor quien en igual proporción la miraba a ella y sin mediar palabra se lanzó sobre él, quien se defendió ensartando la punta metálica de su lanza en el abdomen de la negra. Las manos del marino se llenaron de sangre, que se impregnaba sobre la estaca de madera y con ello vino aquel olor. Olía a mierda amigo mío, todo el lugar se impregnó con un nauseabundo olor a mierda de negra africana. La maldición de esa mujer vino transfigurada con olor fecal y las manos de aquel hombre testificarían esa verdad. Temo por mi cordura amado mío.


Es cierto que muchos son los dóciles que sólo sentirán la sincronía de sus corazones con el aplaudir de valientes como la negra de la mierda, pero temo que las insurrecciones algún día se hagan una realidad que tome la forma, esta vez, de la mayoría de negros que trajimos a este lugar y con ello comiencen las masacres de cristianos blancos en los que quede inmerso yo, quien solo vine a explorar y llevar en mis memorias algo que contra a mi familia; entre esos tu, a quien extraño profundamente.


Pido a Dios todopoderoso y la santísima virgen María que me proteja de estos negros y que perdone mis faltas para con ellos; son fuertes y hábiles para esconderse y temo por mi vida; más de lo que temiera estando bajo acecho de leones o perros de caza. Es distinto hermano, hablamos de hombres y mujeres que se empeñan, muchos, en sobrevivir y en reconocer sus propias almas más allá de lo que nuestro Dios e interpretaciones supongan.


No quisiera jamás que atravesaras por semejante situación; ni tu ni ninguna persona que aprecie, este ambiente enrarece el alma tanto de los negros en cautiverio, como de todos los que estamos aquí. Con profundo cariño.


con profundidad y amor, Juan

posdata.


TIENEN ORGULLO AMADO MIO Y HASTA DONDE SÉ LOS ANIMALES Y LOS DESALMADOS NO CONOCEN DE ESO.

 EUROPA SEGURO PAGARÁ POR TODO ESTO QUE LES HACEMOS

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