¿Y ESE PELO?
A la mariquita que fui hace 15 años, no se le hubiera ocurrido escenario alguno que la orillara a aferrarse a elementos simbólicos para justificar su identidad. No había necesidad, punto. No sé si tenía que ver con el hecho de que, además de mi color de piel y mis apellidos, se me notaba demasiado la precariedad y con ella adherida, la idea (no del todo ficticia) de que la gente negra proviene de barrios periféricos y tienen una estética particular; una suerte de hediondez estética que nos recubría y hacía innecesario y hasta redundante recurrir a artilugios discursivos, performancias corporales o estéticas para pertenecer a algo que, para aquella época, según recuerdo, no representaba estatus alguno. Uno sabía que era negro o negra -en mi caso además marica- y podía descansar tranquilita en la cama, segura de que mi amaneramiento y el cabello afro, aquel por el que te gritarían ¡Y ESE PELO! en cada esquina, todavía era un elemento lejano para representar empoderamiento. Y ahí estuve yo…y es ese la trinchera desde donde me interesa reflexionar aquí.
Aún para inicios del 2000 el cabello afro en Cartagena -rucho- como se conoce en los espacios no académicos, te circunscribía a un tipo de estigma que uno en aquella época podía reconocer, aunque difícilmente denunciar, como clasista; en la medida de que se nos recordaba que el cabello rucho podía existir en tanto se mantuviera a raya a ras de cabeza; antiestético y por ende un obstáculo en tus aspiraciones laborales y como dicen por ahí, “con la platica de la comida uno no se mete” y así… fin de la discusión. Y eso evidentemente no ha cambiado si tenemos en cuenta el caso de hace un par de años que afectó al músico cartagenero afrodescendiente Victor Padilla, descartado contractualmente por no aceptar las normas del hotel ubicado en una zona prestigiosa de Cartagena. Un recordatorio sutil pero contundente en términos fácticos que deposita la culpa en nuestros cabellos “desaliñados” dentro de esos espacios de atención a clientes blancos y ricos -altamente sensible y racista-, y claro, un caso que llegó a los medios de comunicación, más por lo “exótica” de la denuncia, que por el hecho de que representara una violación al libre desarrollo de la personalidad y al trabajo del músico, o un hecho sistemático poco atendido/entendido por las autoridades e incluso el antirracismo, a veces miope, que permite que se disperse la discusión.
He tenido la oportunidad de sentarme en diferentes escenarios de encuentro afro: reuniones con comunidades étnicas, en conversatorios y espacios de construcción de políticas públicas étnicas, tanto en el Caribe como en Bogotá, y en especial en la más reciente investigación en la que trabajé con mujeres afrodiversas de Cartagena. Espacios donde, además de confluir la diversidad de pensamiento y experiencias de vida, pude percibir por dónde va el debate del pelo rucho en la actualidad en términos simbólico/políticos pero también en términos fácticos, que es lo que finalmente nos debe interesar.
Mientras algunxs interpretan el cabello afro como un valioso elemento de resistencia política que poco o nada tiene que ver con la ancestralidad o la etnicidad; existen otrxs, demasiado ya, que han encontrado las hendijas por donde colar un tipo de discurso ensordecedor que pretende imponer, de manera anacrónica y algo inmadura, elementos de la historia del pelo de nuestrxs ancestrxs para activar una suerte de violencia clasista y también esteticista; detenidos - enredando y desenredando, hidratando y rehidratando una y otra vez la onda de nuestros cabellos para posicionar discursos subyacentes; intereses políticos y académicos que nada tienen que ver con una verdadera lectura de la realidad de nuestros cabello y sin la más mínima intensión de abordar el componente clasista que se esconde detrás de la exigencia implícita del pelo afro h e r m o s o que se espera que tengamos.
Y no
me van a decir que no es evidente de que la Buenaventura de los 2000, así como
la Cartagena de la que les hablé al principio de esta columna, evolucionó
tomando café con el concepto de “Black Money”, que no es otra cosa que un
movimiento, sobre todo del norte global, que busca enfrentar el “racismo
empresarial” que es evidentemente un tipo de racismo que apenas empezamos a
entender desde esta orillita neoliberal donde nos tocó crear empresa mis
queridxs. Lugares del mundo donde el hambre y la marginación ocupa un lugar más
abajo de la lista, y me quiero detener aquí sólo para aclarar que no pienso que
la comunidad afro de Estados Unidos o Europa considere éste un tema menor que
desechar de inmediato, sin embargo, si es importante saber que este tipo de
agremiaciones buscan posicionar discusiones económicas en la lógica de
segmentación de mercado, y en esas esferas, el discurso solo sirve para el merchandaising.
Mientras tanto, en el medio de esta batalla por posicionar discursos e intereses por explotar económicamente un mercado emergente que no es diáfano aún, seguimos de pie circunspectas, las negras de pelo rucho que de vaina tenemos para conseguir las tres comidas en este país que nos recuerda la fila social y la posición que debemos ocupar en ella; las otrxsnegrxsotrxs tratando de entender cómo en un giro del multiculturalismo se ha volteado la historia de Miss CJ Walker, una afroamericana que a inicios del siglo XX se volvió millonaria y filántropa haciendo lucir “menos feo” los cabellos ruchos de las mujeres de su propio colo alisándoselos y hoy es leída como un referente de empoderamiento en Netflix.
Testimonio participante de Afrodiversas, Linea Base Alternativa
Tanto CJ
Walker como los emprendimientos contemporáneos coinciden y de manera deliberada
obvian el sello de identidad cultural y el potencial económico de nuestros cabellos
pero sobre todo se concentran en los supuestos defectos naturales del cabello de los negros, atravesadas por las interpretaciones de un Otro,
que, al verse con menos recursos para discriminar, acude a nuestra apariencia y a sus
interpretaciones de belleza para revelar lo que consideran histórico y obvio…
nuestra hediondez a pobreza.

Cada vez que uno escucha ese tipo de expresiones en la calle, uno calibra de inmediato quién es quien lo está diciendo, que tampoco es culpa de la persona que no ha madurado y no está cultivado o cultivada, entonces no tiene más nada que decir. Precisamente me pasó anoche con alguien en la calle y ni le presté atención, un desconocido, aunque alrededor habían conocidos, sin embargo, el asunto no es que lo digan, sino, la manera despectiva en la que puedan decirlo tomando a uno como objeto de burla, pero qué se va uno a poner a discutir por eso, más bien hay que ilustrar a la gente, sobretodo porque uno ya está en otros niveles en los que desea que lo esté toda la sociedad.
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