BUENO EL CILANTRO PERO NO TANTO
foto de archivo personal
Hace menos de una década, el discurso del mestizaje se coló por las hendijas de la memoria colectiva de la ciudad, para plantearnos una alternativa distinta a algo que estaba antes y que por razones de tipo político y sociales se nos estaba convirtiendo en un problema: lo negro. Solo unos pocos, y casi siempre adscritxs al circuito académico, se atrevían a plantarse desde la orilla de la negritud. Digamos que no existía tan claramente ese locus de enunciación con el orgullo con el que se pregona hoy.
Para el 2001, quien fungía como alcalde de la época,
censuraba una de las expresiones mas significativas para los sectores populares
y de paso, valga decir, de mayor presencia de personas racializadas en la
ciudad. Sin duda una radiografía de lo que desde la política se divulgaba en
relación a lo negro o la cultura que viene amalgamada a ella en aquellos primeros inicios del milenio…. Negrxs de
sectores populares que son violentxs y que además bailan champeta de manera
indecorosa.
“El alcalde de Cartagena, Carlos Díaz,
decidió que en las fiestas novembrinas habrá racionamiento de champeta. Según
el funcionario esta música surgida de los barrios populares incita a la
violencia. Para él esos bailes, lejos de ser lúdicos y sensuales, despiertan en
los pandilleros su deseo de cometer agresiones y actos delictivos. “Es bueno
cilantro, pero no tanto. La letra de esas canciones ejerce un efecto sobre la
juventud para atacar a otras personas”, dictaminó en su sabiduría el
gobernante.”Pólemica por champeta en Cartagena
Bueno el cilantro pero no tanto, a mi parecer, es una aceptación tácita; un guiño a la idea de progreso y su paso firme sobre nuestros sectores populares y sus lugares de enunciación; como la voz de un padrino adoctrinador que viene a ponerle orden a la desobediencia del hijo rebelde del compadre borrachín. Un tipo de convivencia esquizofrénica que necesita al-x negrx, pero que a su vez, le interpela como peligrosx, dañinx, sucix; proclive al sexo descontrolado y proscrito y por ende a las enfermedades venereas; el supuesto chupachupa de las vaginas de nuestras negras que, sin embargo, no te deja dormir en las noches cacorrx. Censurables en la más visceral y tácita de las realidades pornomiséricas... estoy segura que me entiendes... gallina mirando sal.... tía mirando sobrinx.
Como la palenquera y su relación friendnemy con la ciudad colonial que la proyectó al mundo con una porcelana en su cabeza y faldas de colores; mostrando y aceptando tácitamente un contrato con el performance de lo negro en Cartagena; en cada noviembre la obligada foto junto a la reina del momento; como para mostrar el contraste de las coronas con las que posan cada una, orgullosas desde su construcción y libreto previamente aprendido: las negritas y las blanquitas; las bonitas y las ancestrales. corona de oro y corona de aluminio.
Como de un soplo de peo de turista pedófilo, las palenqueras pasaron de vender cocadas, caballitos y frutas, a posar orgullosas para las fotos de lxs turistas despistadxs que no entienden mucho de lo que ven ni sus implicaciones socioculturales. Mujeres atadas a unos grilletes simbólicos igual de frustrantes y violentos que los que cargaron sus ancestras docientos años atrás dentro de esas mismas murallas.
Turistas miopes a la capacidad de dimensionar, por ejemplo, que en aquel lugar paradisiaco que hasta hace unos meses les regalaba fabulosas historias de IG, las autoridades fueron capaces de legislar a favor de sacar -l i t e r a l m e n t e- a las vendedorxs ambulantes ubicadxs en el centro y con ellxs, adivinen quienes.
Distinto no siempre traduce bueno, y tal como lo plantea Elizabet Cunin tan significativa como prematuramente en su texto: El negro de una Invisibilidad a otra: Permanencia de un Racismo que no quiere decir su nombre, los efectos invisibilizadores que traería consigo el mestizaje, marcarían la pauta en el desarrollo y desenvolvimiento social de lxs negrxs “afectadxs” por esta pintura acrómatica con la que nos bañamos cuando nos aceptamos mestizxs en una ciudad como Cartagena,cuya relación con "lo negro" casi siempre ha sido hostil y en muchas ocasiones invisibilizador.
Sutilmente Cunin nos advierte que para definirse y
justificarse, el discurso de la identidad necesita al otro, como encarnación de
la diferencia entre "nosotros" y "ellos" y es precisamente
donde más nos interpela – o debería- como ciudadanxs tratando de sobrevivir dentro
de un entorno marcadamente extractivista representada en uno de los sectores económicos
mas complejos en terminos medioambientales, económicos y ya hemos percibido claramente, socialmente: el turismo. ¿qué es un turista y qué viene a hacer en nuestra ciudad?
Aunque Elizabeth no hace una mención explícita del
asunto, éste sector tan importante hoy para la economía de Cartagena, ha
permitido de paso, la multiplicación sistemática del discurso de una suerte de etnicidad
desdibujada, y por ende correlacionales con las narrativas entorno a la experiencia del turismo. Me referiré breve y puntualmente al episodio Pedro Claver
(también presente en el artículo de Cunin). Un museo ubicado a un lado de la iglesia que lleva su nombre y que, en primera instancia,
recibe a diario cientos de turistas, quienes a su vez reciben un paseo por obras de arte y
memoria histórica de la sagrada participación de este santo en el imaginario de
la esclavitud y de soslayo de lo negro. Afuera podrán acccidentarse con una obra de Enrique Grau que no necesita un análisis semiótico muy riguroso como para percibir las sutiles desigualdades entre el Claver de la estatua y su compañero de escena que si recuerdan bien, traeran a su memoria el rostro de memin pinguin. Si Dios quiere... obvio.
Tal y como lo problematiza la autora, el personaje que se resalta casi siempre es Pedro Claver, aunque se esfuerzan por hacer mención de su representatividad como protector de los negros; nunca se cuestiona el lugar que ocupan lxs marginalizadxs en el entorno que visitan, distrayendo la mirada hacia el segundo tema que convoca el lugar: lo religioso y artístico (eurocéntrico y obviamente judeocristiano) donde lo africano se reduce a personas ornamentales en la historia del santo… Aunque, detente, porque pareciera que el eclipse simbólico que representa para los esclavizadxs la presencia de Claver, racionaliza y genera un ambiente tranquilizador en el imaginario colectivo ¿no lo notas, miope?. Algo así como que con lxs negrxs en el segundo plano del cuadro, no hay ninguna retina que se incomode.
Ustedes se imaginan la experiencia turística que se llevarían lxs visitantes extranjerxs si al llegar a Getsemaní, no encontraran ese escenario ficticio derivado de la gentrificación y en cambio notaran las verdaderas caras negras de la gente que heredó esas casas del linaje mismo de sus familias y las batallas que estas a su vez tuvieron con la ciudad y sus instituciones en sus respectivas épocas. Hoy, esas caras fueron reemplazadas por bares, restaurantes y discotecas. Facturando; porque si toca disfrazar a un negro de esclavo, lo haremos. Guiño Guiño.Lee: Polémica por "Esclavo" en evento turístico
El turismo es entonces en la Cartagena de hoy, no solo una de las corrientes que da energía al multiculturalismo mismo que pretende transformar la ciudad en una locomotora económica, hegemónica y homogénea y además, una cámara de humo dentro de una ciudad donde lo negro queda tan desdibujado por el
efecto mestizo, que en parte, no nos deja ángulo para contemplarla como alternativa “menos convulsiva” de asimilación
socioracial en una ciudad que al parecer, no logra establecer qué tanto cilantro o melanina ponerle al debate de la discriminación racial y los arquetipos construidos sobre los que vivimos del pie de la popa pá allá.




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